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EL ADVERSARIO

Creemos que las Escrituras enseñan la existencia de un tentador llamado Satanás, ángel de luz caído, engañador y enemigo de los redimidos (Mateo 4.3 al 10; Zacarías 3:1 y 1ª Tesalo 2:18).

 

“Encontramos en las Sagradas Escrituras un personaje fatídico, autor del pecado, quien introdujo el mal en el mundo al tentar a Eva y hacerla caer a ella, y Adán en desobediencia al mandato de Dios. Aunque no se le da el nombre de Satanás en el relato de la caída, sino que es presentado bajo la figura de una serpiente, su identificación nos es dada en otros pasajes de las Escrituras como 2ª Corintios 11:3 y Apocalipsis 20:2.

 

Sabemos que engañó a nuestros primeros padres, pero ¿qué pecado hizo él?, ¿cuál fue el motivo de su propia caída?

 

No tenemos ninguna historia detallada de tal suceso, sino tan sólo referencias bíblicas que, hilvanadas convenientemente, permiten formarnos una idea mas o menos precisa del origen, condición y caída de Satanás.

 

Satanás fue en su origen un ser bello y luminoso que se llenó de orgullo y quiso ser como Dios. La literatura popular habla de los < diablos> en plural y en <demonio> en singular, pero ateniéndonos al lenguaje de las Sagradas Escrituras ha de ser al revés. No hay mas que un diablo, llamado Satanás, que significa, en hebreo, adversario, y en griego –diabolos-, calumniador, y muchos demonios que obedecen sus instrucciones y le sirven de agentes, a los cuales el pueblo da el nombre de diablo. Hay, pues, un diablo y muchos demonios.

 

En ninguna parte de la Escritura se describe al diablo como un ser horripilante de cuernos y cola, sino como un ángel caído; un ser anteriormente hermoso y luminoso, pero actualmente privado de luz y hermosura".

Libros CLIE. Manual de Teología apologética. Págs. 249, 250. Samuel Vila.

 

“Satanás significa opuesto, adversario. Este nombre designa a aquel que se opone”.

El Apocalipsis, documento de Redención. Pág. 94 Gertrude Escande.

 

“Con los pensadores de todos los siglos nos hemos preguntado todos más de una vez: ¿Cómo ha sido tan longánime la paciencia de Dios para con Satanás y con los hombres de este mundo? ¿Por qué no destruyó Dios a Satanás en el mismo instante en que se mostró rebelde, una vez de despojarle tan sólo de algunos de sus privilegios y dejarle durante siglos como rey invisible de este mundo, permitiendo, además que el hombre viniera a ser durante generaciones el blanco de sus maquinaciones y de sus engaños? ¿No habría sido un procedimiento más expedito y mucho menos costoso para el mismo Dios aniquilarle que dejarle engañar a los seres humanos, para luego tener que deshacer la obra del diablo a un precio tan alto como es la encarnación del Verbo Divino y la redención obrada en el calvario?

 

¡Oh, no! ¡Podemos decir aquí que los pensamientos de Dios son, sin duda, muchísimo más altos que nuestros pensamientos! La aniquilación del Adversario no habría revelado el carácter moral de Dios, ni le habría glorificado, como lo hace el plan de la Redención. La aniquilación del Adversario habría dado una imagen parcial del carácter de Dios, la imagen de su justicia, pero no de su amor. Nunca se habría podido escribir: <De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito>: ni habría podido ser avergonzado el gran Adversario con el ejemplo de los mártires que creyeron sin ver, y de los millones de creyentes fieles que hemos confiado en Dios, a pesar de todo y contra todo, en medio de diversas pruebas; ni existiría por la eternidad una Iglesia de Redimidos que glorificará a Dios, con amor y gratitud, entre principados y potestades en los cielos" (Ef. 3:10).

Libros CLIE. Manual de teología Apologética. Págs. 264, 265. Samuel Vila.

 

“... Satanás ha pasado a los idiomas modernos como sinónimo del Diablo, el gran enemigo de las almas. Príncipe de los ángeles caídos, el acusador y calumniador de los hombres ante Dios (Job. 1:6 al 12; Zacarías. 3:1 y 2 y Apocalipsis. 12.9 y 10).  Es el  tentador  que induce a los  hombres  a pecar (1ª Crónicas 21.1 y Lucas 22:31, y, por tanto es el autor del mal que aflige a los hombres”.

Diccionario Bíblico Ilustrado. Pág. 1060 Samuel Vila y Darío Santamaría. CLIE.

 




 

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